domingo, 22 de agosto de 2010

Quiero volver a nacer


Ha pasado un tiempo desde que no publico aquí. Para ello hay mil razones. En primer lugar, intenté suicidarme y estuve al bordo de la muerte. Luego permanecí dos semanas en un hospital mental, donde, en contra de todas mis expectativas, conocí a tres personas maravillosas: Paola, Dani y Mario.

La primera padece anorexia nerviosa, la segunda tiene mi mismo síndrome y Mario una depresión severa tras perder a toda su familia en un accidente automovilístico. Compartí habitación con la Paola y con la Dani, y las tres nos hicimos muy buenas amigas en ese poco tiempo de conocernos. Ha sido extraño. Tras escuchar sus terribles experiencias he sentido unas irrefrenables ganas de cambiar, de ser alguien mejor. Alguien que se ame a sí misma y que afronte la vida con la cabeza en alto.

He salido ayer del hospital y hoy me siento distinta, como si alguien hubiera sacado mi cabeza del agua y volviera a ver a mi alrededor con una nitidez que me deja estupefacta. Y es que me he dado cuenta de que quiero vivir muuchos años, de que quiero formar mi propia familia, salir y reirme con mis amigos, comer con mi familia como la gente normal, disfrutar de un día de sol, planear cosas, cantar, bailar, amar nuevamente. Sacar mi profesión y dedicarme a aquello que me gusta.

Aquello que me gusta.

Mierda. Sé que no va a ser fácil mirarme en el espejo y amarme. Sé que no va a ser fácil sonreír siempre, pero he tomado una decisión y ya no quiero seguir con esto. No quiero seguir hundiéndome... ¡quiero vivir de verdad! ¡quiero ser alguien que no necesite de la aprobación de todo el mundo para ser feliz!

Empiezo, no obstante, a recuperar esa sonrisa que perdí hace tanto tiempo. Y he decidido seguir publicando aquí, pero no para hundirme en la anorexia y seguir con ese círculo vicioso, sino como método de recuperación. Como forma de ayudar a algunas que quieran salirse de este infierno también.
Sé que no son pocas, chicas. Sé que muchas de ustedes desean vivir vidas normales y felices, que quieren sentirse bien consigo mismas, bellas e inteligentes. Podemos ser todo eso y más. SOMOS MAS QUE UNA IMÁGEN. Somos personas, somos fuertes. Y si podemos matarnos de hambre significa que también podemos recuperar de a poco la sonrisa y la autoestima.

No quiero ser una chica hecha de huesos, infeliz y sola. No quiero vomitar, ni contar calorías ni llenar mi mente con formas absurdas de evadir la comida. Quiero ser una chica que sonria, que sea amada. Que se sienta bien consigo misma al despertar en las mañanas y que tenga ganas de hacer cosas nuevas.

He decidido, desde hoy, volver a nacer. Y siento que esta vez lo voy a lograr.

¡Un beso a todas y mucho ánimo!

miércoles, 28 de julio de 2010

Ligera como el aire


Algunas veces siento que me volveré aire, que la gente dejará de mirarme. Pero mi eterna contradicción es esta: lucho por ser ligera como el aire, y al mismo tiempo, temo quedarme completamente sola y descubrir que esta lucha me convertirá en la víctima de una eterna ruleta..., sencillamente, no es facil querer se perfecta.

A veces me da rabia ser así! ¿No se sabe que la perfección es subjetiva? Pero entonces, cuando me miro al espejo, todas esas ideas se derrumban junto conmigo y mi autoestima.

En fin, que he conseguido bajar hasta los 65 kilos. Aun me faltan diez. Y luego, si es que llego a los 55, me propondré bajar otros 5 kilos más. Porque nunca es suficiente.

Veremos hasta donde me lleva esto, y si seré capaz de parar.

Una chica me preguntó por mail como lo hago para mantener los ayunos y me pareció sensato exponer mi fórmula aquí, para romper algunos mitos y darle mis tips a las que les interesen.

Primero que nada, yo hago los ayunos radicales (es decir, agua, coca zero y nada más) por cinco días. Luego no es aconsejable seguir. ¿Por qué?, no solo por la debilidad, que a veces es lo de menos, sino por el temido "Atracón". El secto día, y sucesivamente, hasta cumplir diez días, hago un medio-ayuno. Como, por ejemplo, zanahorias, verdura y barritas de cereal. A veces tres barritas en un día. Otras veces pura verdura, para ir variando. Esto impide que te den atracones, pues despues de los cinco dias de ayuno el cuerpo no está tan desesperado, por lo que puedo ir alimentándome otra vez de a poco. Luego de esos dies días de sana alimentación, vuelvo a cinco o cuatro dias de ayuno. Si cumplo esto, en un mes puedo bajar fácilmente diez kilos. Y si tienes dos atracones ese mes, pero haces los ayunos, se pueden bajar 6 o 7 kilos.

Obviamente, eso es para las que tienen realmente mucha fuerza de voluntad, especialmente los primeros 3 dias de ayuno, que son los mas complejos.

Así que el otro dia fue al centro comercial y para premiarme por mis dos kilos menos, compré ropa bonita. Es increible que ninguna de mis amistades no sospeche nada, a excepción de mis padres, aunque ellos tampoco saben que tengo un trastorno alimenticio, sino maniaco depresivo (lo que viene a ser lo mismo) No hayo la hora de que termine este año, con 10 kilos menos en mi cuerpo (ojalá quince) y retomar mi carrera de periodismo. Pero por ahora, debo conformarme con ser una chica que sueña con ser aire.

Afortunadamente han sido unos dias tranquilos. Escribo esta entrada en la hermosa biblioteca publica de mi ciudad, arrinconada entre estantes llenos de libros e invisible para la gente. Los libros son los únicos que me otorgan esa compañía comprensiva y cálida. No se que haría sin ellos, sin sus páginas escritas.

Y hablando de libros, en mi país salió un nuevo libro llamado "Delgadas", que es muy bueno, porque tiene numerosos testimonios de chicas ana y mía de distintas partes del mundo. Realmente recomendable)

Las quiero muxo a todas ustedes, chicas fuertes. No saben lo muxo que me animaron con sus comentarios!

lunes, 26 de julio de 2010

¿Y si hubiera nacido hombre?


A menudo me he preguntado como sería todo si yo hubiera nacido hombre. Es, por supuesto, una visión intrigante. Problemente sería bien distinta. Vería el mundo desde otro punto de vista, comer, quizá, sería solo ese trámite placentero para disfrutar con amigos y familia. Me interesarían otras cosas... pero aun así, mi confusión sería la misma que me atormenta ahora. No sé como se siente un hombre cuando ve que todo cuanto ama se derrumba frente a sus ojos, no sé lo que siente un hombre cuando ama tanto que apenas consigue respirar. No sé como piensa un hombre y creo que los envidio.


Desde niña quise ser niño. Me gustaba mucho más esa forma simplista de ser, sentía que haber nacido mujer era un castigo. No sé lo que pienso ahora. Supongo que a fin de cuentas es lo mismo. El dolor, el auto-rechazo, la rabia..., ellas no hacen distinciones de sexo ni posición social. Somos todos iguales, a todos nos espera el mismo umbral. Todos tendremos que morir algún día.


Pero la magia de vivir... ¿no es hacer lo que te gusta, amar y ser amada, conseguir tus sueños? Y si no lo logras, ¿que es lo que pasa en el momento que toda tu vida pasa frente a ti, indiferente? Solo sé que, a pesar de todo, a pesar de odiarme y luchar conmigo mismo cada día.... no quiero morir aun. Siento que tengo mucho que hacer.... que aun no me he encontrado a mí misma. Pero si sigo así, probablemente no viva mucho. Me estoy autodestruyendo sin que nadie pueda evitarlo...


Llevo dos días de ayuno. Me duele la cabeza. No tengo hambre...

No quiero tener hambre...



Soy emperatriz de una tierra llamada Olvido
Y mi palacio está hecho de ausencias.
Sobre mi cabeza, una corona de recuerdos
Recuerdos que se deshacen en miseria.
Mi trono no es más que un pozo hecho
De lúgubres nieblas y quisaces
De esperanzas moribundas, ojos grises,
Falsas lunas
Y cajas musicales.
A mí alrededor lloran los bufones
De una corte que murió solitaria
Soy una reina abandonada
En una hoguera de tinta y rabia,
¡Pero como quisiera
Vagar hacia las sombras!
Para perderme en ellas
Y ser nada


Esto lo escribi hace unas semanas, mientras observaba a la gente pasar.



domingo, 25 de julio de 2010

El síndrome de Bordherline


Mis padres me han buscado una psiquiatra personal después de que la anterior dictaminara que sufría del síndrome de Borderline. No sé como será esta psiquiatra, pero no quiero ir a terapias inútiles. Una psiquiatra jamás entenderá lo que me pasa, ella no está en mi piel. Diablos, ¡no quiero ir!

Algunos se preguntarán que es el síndrome de Borderline, pues, resumiendo, es un trastorno que padecen algunas jóvenes con conflictos internos. Las características de un borderline son: bipolaridad, angustia, manía, tendencia a islarse, a no querer formar parte de la sociedad, son explosivos y a veces violentos... algunos incluso llegan a ser sociópatas o esquizofrénicas.

Mientras ella enumeraba todo esto pensé... Mierda, pero si todos tienen esos síntomas. Todos somos, en mayor o menor medida, borderlines.

En fin... Estos han sido días tranquilos, aunque no he podido ayunar y he comido más de lo que quiero, ¡Mucho más! Me miro al espejo y pienso... ¡No puedo seguir así! ¿por qué yo?

Pero sé que tengo que ser fuerte, ser constante. La constancia y la paciencia, al final, dan sus frutos. Esta semana no pienso meterme nada de comida en la boca, quiero probarme a mí misma y ver cuanto puedo aguantar. El problema es la gente que me incita a comer... que me ponen la comida en los ojos, y entonces me es difícil aguantar. ¿Por qué siempre tiene que haber gente que no te deja ser, que impide tu camino? Sé que me quieren, pero ellos no pueden entenderme.


En fin. No pienso comer en toda esta semana, solo tomaré liquidos. Solo cuando dejo de comer me siento bien conmigo misma... siento que tomo el control de mi vida.
Lo bueno es que he escrito mucho, inspiración y ganas no me han faltado. Además, he estado leyendo blogs buenísimos sobre chicas ana. Es increible lo fragiles, lo sensibles que son. La sociedad no sabe lo que dice cuando comienza a juzgarlas... no entienden que este modo de vida no es un estilo ni una moda, sino una droga, una adicción de la que es casi imposible salir.
Y es así porque nunca dejaremos de buscar ser perfectas, nunca sera suficiente.

El amor... esa maldita necesidad


¿Que somos? ¿Por qué nos cuesta tanto ser felices, amarnos a nosotros mismos? Ahora mis padres me miran con miedo. ¿Es normal que esto nos ocurra a tantos jóvenes? Y luego esta maldita gordura... esta maldita deformación de mí misma que tanto me atormenta. Comer... vomitar... ayunar...

Un círculo vicioso al que, sin embargo, me he resignado. En el fondo no es que queramos ser bonitas para los demás; somos lo que la sociedad y sus malditas circunstancias han hecho de nosotras. Dejamos de comer porque queremos tener el control en esta vida descontrolada que nos escupe el día a día, dejamos de comer porque queremos ser algo más que eso que aborrecimos cada vez que nos miramos al espejo... Soy consciente de esta enfermedad, pero ella siempre ha estado conmigo. Curiosas... Ana... Mía. No las quiero, ¡en realidad las odio!, pero a fin de cuentas, son lo único que tengo.

Quizá la única droga efectiva en el tortuoso camino para cumplir mis sueños.


Mi infancia siempre ha sido eso; un sueño. Tuve la suerte de divertirme sin miedo al futuro, sin saber muy bien lo que era la realidad. Viajé, descubrí mi amor por los libros... y me enamoré, en contra de todas mis expectativas.

A él lo conocí en un pueblo pequeño, de esos donde todos te conocen. Se llamaba Felipe y ambos teníamos diez años cuando nos vimos por primera vez. Fue pura química. Yo siempre había tenido predilección por los juegos de hombres y ambos nos convertimos rápidamente en los mejores amigos, junto a otros niños más.

¡Que años! Todos los días era una sucesión de juegos, de risas... de comida. Porque esa era la época en que la comida aun no creaba químeras de odio y auto-rechazo en mi conciencia.

Cuando teníamos trece años, la amistad se fue convirtiendo en atracción y finalmente en amor. Ese primer amor que nos marca a muchos. A él le di mi primer beso, y no me arrepiento. Nos queríamos con ese afán ingenuo y dulce de los chicos que viven lejos de las grandes ciudades.

Pero entonces, cuando tenía quince, el Felipe enfermó. Un coágulo de sangre invadió su cerebro, transformándose en cáncer.


Dicen que cuando uno sabe que va a morir, es cuando dejas de ser un niño para siempre.


El Felipe murió un mes después. No quiso someterse a tratamiento. Creo que, en el fondo, se dejó morir. Pero no lo culpo.

Tenía tantos sueños.

Y sus sueños murieron con él.


Después de eso, mi mundo se fue a la mierda. Dejé de sonreír y, para olvidarme del dolor, empezé a comer. ¡Y como comía! Todo me lo llevaba a la boca, parecía una máquina cerda y horrorosa... y no paraba. Comer se convirtió en la momentánea salida a mi tristeza. Llegué a pesar más de 80 kilos.


Pero un día, mientras caminaba por Santiago sumida en los recuerdos del Felipe (comiendo, cuando no) me miré accidentalmente en el escaparate de vidrio de una tienda. Me vi de cuerpo completo... mis ojos hundidos, ese dolor interno que se reducía a ese monstruo horrible que me devolía una perpleja mirada. Experimenté entonces otro dolor: el odio a mí misma.

¿En qué me estoy convirtiendo?, pensé después de tirar el paquete de galletas a medio comer. ¿Que diría él si me viera ahora? Por primera vez me fijaba en mí cuerpo como mi enemigo, y canalicé en él todos mis tormentos: comía, luego vomitaba... y eso me hacía sentir increíblemente bien. Era como una droga. Cada vez que vomitaba la comida, me sentía mejor. Ni siquiera los llantos podían hacer eso.


Cuando estaba acercándome nuevamente a mi peso normal (no el de antes, pero al menos bajé nuevamente hasta los 60 kilos), conocí al que sería mi segundo gran amor. Antonio. Maldita sea... ahora siento que quiero llorar. El Antonio es... fue y será. No puedo describirlo con palabras.


Él se interesó primero en mí, y aunque de vista me caía pésimo, decidí darle una oportunidad. Fue instantáneo el cambio: nos convertimos en amigos inseparables. Pero a diferencia de lo que comenzó con el Felipe, esta amistad siempre estuvo teñida de intensa atracción. Él era, por sobre todo, un muchacho envidiable en todos los sentidos: bastante guapo, deportista, bromista. Sarcastico hasta el colmo, motivo por el que a veces discutíamos. Ambos con fuerte carácter.


Ambos con tormentas internas.


Lo de él, como lo mío, era solo una máscara. Tenía muchos problemas familiares. Se sentía miserable. Entre ambos fuimos curando el alma del otro. Nos necesitábamos, nos amábamos de verdad. El Antonio sanó poco a poco la herida que el Felipe me dejó y volví a querer otra vez. Pero cuando salimos del colegio, cuando pensábamos que todo estaba superado y que un futuro brillante nos aguardaba, las cosas comenzaron a ir mal... para ambos. La relación entre mí y mi madre, de por sí mala, ahora era insostenible. La universidad añadía otro grado de estrés. Luego el Antonio me confesó que se drogaba. Allí comienza nuestro infierno.


Me cuesta hablar de esto. De a poco iré liberando la mierda. Pero volvió ocurrirme... y hasta el día de hoy no soporto este dolor. El Antonio se suicidó en una habitación de hotel hace cuatro meses... no pudo soportar el abuso al que fue sometido. No pudo seguir concibiéndose a sí mismo.


Y yo he vuelto otra vez a este círculo vicioso. Nuevamente juego a la ruleta rusa.

Ana y Mía me dieron la bienvenida... nuevamente susurran sus consejos en mi oído.

jueves, 15 de julio de 2010

El sueño al que llamo infancia


No sé por dónde empezar…
No, en realidad miento: si sé por dónde empezar. Solo que me da miedo. Desde que me conozco, siempre he preferido hundirme en las historias ajenas o las que plasmaba en las páginas blancas, no mi propia historia. Creo, sin embargo, que me hará bien saber desde comienza todo. A veces siento que nací ayer. Otras, que en el fondo soy muy anciana y padezco desvaríos de memoria.
Pero toda historia comienza y termina con la memoria, y con ella, tal vez, nuestra existencia. A veces necesitamos contársela a alguien. A veces queremos olvidar, simplemente. Soy de esas personas que optan por seguir recordando, aunque sea doloroso. Porque la vida, después de todo, solo es una sucesión de instantes, de escenarios que se pierden en el pasado y acuden a nosotros cuando nos sentimos desesperados de tanto vacío. De tanto sinsentido.
En fin. Que necesito recordar mi propia historia, y aunque aún me queda mucho por vivir (espero) siento que lo que se guarda algún día tiene que mostrarse.

El sueño al que llamo infancia.
Siempre creí que había nacido a bordo de un barco pequeño, mientras mis padres navegaban por el estrecho de Magallanes. Eso fue lo que me dijeron. Y para aliñar más la historia, que mi madre había tenido un parto doloroso, solo asistida por la cocinera del barco. Pero no, no fue así, aunque ya habrá tiempo para contarlo más adelante. Lo que sí es cierto es que viví muchas veces en navíos pequeños, compartiendo la litera con mi hermana melliza, Daniela.
Nunca nos llevamos bien, lo que hoy me parece extraño, porque cuando compartes la misma edad con tu hermana deberías compartir también los mismos gustos y opiniones. No. No fue así en este caso. Éramos como la noche y el día. Pero tengo admitir que muchas veces sentía celos de ella, porque mientras que yo era bastante desordenada y soñadora, ella era el epítome de la dulzura, del buen comportamiento y la femineidad. Ya desde pequeña, alucinaba con los príncipes azules. Para mí, encontrar a mi gran amor me importaba lo que la vida íntima del Papa, es decir nada. No, lo que a mí me interesaba realmente eran los monstruos submarinos, los aliens que se comían el cerebro de las personas y los tesoros escondidos. A los cuatro años, los amigos marinos de mis padres me contaron tanta historia de piratas que acabé creyéndome una, y muchas veces escarbé en la tierra con la esperanza de hallar un cofre atestado de tesoros. Mi hermana pronto se aburrió de aquellos juegos. Y además, decía, porque no quería ensuciarse el vestido. Mi madre me castigó más de alguna vez por llegar toda sucia a la casa.
-¡Compórtate como una señorita!- me gritaba.
Ya. Pero, ¿Cómo puedes comportarte como una señorita a los cinco o seis años? Yo de esas cosas no entendía, y, por lo demás, las costumbres femeninas me aterraban. Creía que las mujeres tenían los labios con sangre (luego supe que en realidad se los pintaban para parecer más atractivas) y que el olor pesado de los perfumes era para espantar a los hombres indeseables. Por entonces mi mente ya era un tornado de pura imaginación, y luego, de quimeras y fantasmas.
Cuando tenía siete años, viví siete meses en una isla de Chiloé llamada Isla Niebla. Me encantaba vivir allí. Incluso la Daniela amaba esa isla. Y la casa. Era de piedra, muy fría durante las noches, pero a mí me parecía un palacio encantado. Recorrí, sin autorización de mi padre, esa isla rincón por rincón. Había pocos habitantes. Todos nos conocíamos, lo cual era muy divertido. Allí me hice de una amiga, la Florencia, a quien le encantaban las historias tanto como a mí. Fue ella la que me contó los cuentos del trauco, la pincoya, el kraken y el caleuche.
El del caleuche era mi favorito. A veces me quedaba horas completas viendo el mar por la ventana de mi pieza con la esperanza de ver al barco fantasma emerger entre la niebla. Una de las cosas que más vívidas tengo es eso: la niebla, la constante bruma. El nombre de la isla estaba bien puesto.
Ese mismo año acaeció el desafortunado evento que desencadenó mi posterior trauma a las criaturas cetáceas. Las ballenas, particularmente.
Resulta que un día a mi padre se le ocurrió la genial idea de llevarme en sus paseos en bote por el mar con un amigo pescador suyo. Era un día nublado, pero favorable para los pescadores. La pasé muy bien… hasta que aparecieron ellas. Lo recuerdo con todo y detalle, lo que no ayuda a mi trauma.
-¿Qué es ese sonido?- le pregunté a mi papá inocentemente.
-Ah, mijita, no se preocupe. Solo son ballenas.
Algo asustada, y emocionada también, me incliné para ver un atisbo de algún cetáceo cuando el bote hizo un movimiento brusco y yo, que me había inclinado demasiado, caí de cabeza al mar. Mi padre gritó. Yo grité. Luego sentí ese horrible sonido que emiten las ballenas para comunicarse y el agua se levantó mientras el bote se iba alejando contra marea. Mi papá decía cosas, pero no podía escucharle. Entonces sentí algo duro y resbaloso contra mi mano y mis rodillas, algo enorme que se movía debajo de mí. Repito. Debajo de mí. Volví a gritar. Pero esta vez con más fuerza.
Cuando por fin lograron subirme al bote, mojada de pies a cabeza y tiritando como pollo desplumado, el amigo de mi papá reía muy campante, como si todo aquello hubiera sido divertido. Maldito bastardo. Yo no paré de llorar hasta la casa, y desde entonces, no soporto ver una ballena ni en televisión.

miércoles, 14 de julio de 2010

¿Quien soy yo?

¿Quien soy yo? A estas alturas, es difícil para mí definirme. No diré cual es mi verdadero nombre. Simplemente, llámenme Bordherline. Alguien que quiere comenzar a recordar.
Hace algunos meses mi vida se fue a la mierda, hace pocos días intenté suicidarme frente a mis padres. Lo hice sin saber lo que estaba haciendo, dominada por un deseo febril de hacer algo con sentido, de hacer... algo.

¿Porqué los seres humanos necesitamos sentirnos importantes? ¿Por qué el psicópata mata? ¿Por qué el cleptómano roba? ¿Por qué?

Simple; necesitamos darle un sentido a todo esto, olvidar que hemos nacido para morir... o para enloquecer. Hoy, sin embargo, no deseo olvidar nada. Imposible para mí cuando la escritura es el timón que me ayuda a no perder el rumbo, a no sentirme tan sola. Vivo de las letras. Me alimento de libros y de versos. De los olores que liberan las páginas escritas.

Alguien dijo una vez que los libros son la magia más portátil que existe. Pero he considerado que en este caso es mejor para esta crónica de vida en una página web, donde todos nos comunicamos pero nadie te conoce ni puede reconocer tu letra. Aquí, soy solo una más entre muchos. Una demente en la tierra prometida de los locos sin rostro.

Ahh... mierda. Como duele todo. Es increible la cantidad de cosas que pueden pasarte en menos de tres años. Muchos saben de eso, otros no tanto.

Pero será mejor comenzar desde el principio...
Desde mi infancia...